Cualquier afición vivida con pasión es fuente de inmensas satisfacciones y puede llegar a convertirse en uno de los ejes alrededor de los que gire tu vida. Soy una persona con curiosidad por casi todo y con aficiones muy variadas pero ninguna de ellas me ha atrapado con la intensidad que lo ha hecho la observación de aves. ¿Qué tienen las aves que me han absorbido la sesera de esta manera? Sería muy prolijo detallar los motivos de esta atracción casi irracional que prácticamente dirige mi vida, ya que cada día descubro alguno diferente, pero sí puedo explicar someramente los que me parecen más evidentes y sencillos de comprender para alguien ajeno a este mundo de “pajareros”.
En primer lugar me parece que el contacto con la Naturaleza en general es la mejor forma de conocernos a nosotros mismos y, en un mundo tan tecnológico y cada vez más artificial, la búsqueda de lo salvaje te devuelve a lo ancestral, te muestra lo que verdaderamente eres, sin aditamentos. Observando a la fauna salvaje puedes descifrar comportamientos que pueden resultar conmovedoramente similares a los nuestros, por mucho que tratemos de maquillar ingenuamente a los nuestros de humanidad. Y qué mejor manera de acercarse a los orígenes que a través de las aves, el grupo de animales más sencillo de estudiar y observar por su número contenido de especies (poco más de 500 en Europa por ejemplo), su visibilidad, gracias a que en su mayoría son diurnas, y su ubicuidad, merced a su prodigiosa facultad para volar que las ha repartido por todo el Planeta.
A esa toma de contacto con el mundo real que adivinamos mientras observamos aves añadiría el goce hedonista durante los avistamientos ya que nuestros emplumados amigos están dotados de una belleza y elegancia que satisfaría al más exigente artista, con especies que parecen diseñadas exclusivamente para deleite de nuestros sentidos. Su dominio del canto merecería capítulo aparte, lenguaje universal que, para disfrutarlo, no es necesario más que dejarse llevar por la belleza de sus conciertos en escenarios maravillosos.
Cómo no extasiarse con su dominio del vuelo, desde el vertiginoso y zumbón colibrí al planeado increíble de las águilas, sueño del hombre desde tiempo inmemorial y que apenas hemos conseguido imitar torpemente. Gracias a su prodigiosa capacidad aérea nos podemos encontrar aves en los lugares más insospechados incluso en nuestras más populosas urbes y esto es algo que no debemos dejar pasar por alto. Gracias a ello podemos disfrutar de nuestra afición en cualquier lugar del mundo y, así, no tendrás oportunidad de aburrirte en ninguna de las vacaciones que organice tu pareja, sean donde sean. ¡No sin mis prismáticos!
Hagamos hincapié en el vuelo de las aves. Muchas veces no tienes que ir a buscar especies raras a lugares recónditos porque se encargan ellas mismas, por razones que muchas veces se nos escapan, de aparecer justo al lado de tu pueblo para disfrute de los aficionados locales. Y si tienes la suerte de encontrar tú mismo esa especie poco común, el entusiasmo y la recarga de autoestima como ornitólogo amateur es inconmensurable, difícil de describir. Debe ser algo similar a la fascinación que siente el científico ante un descubrimiento trascendente, pero a escala de aficionado. De hecho la labor del simple apasionado a las aves que colabora mandando observaciones, participando en censos o ayudando a las asociaciones en trabajos de campo, puede considerarse ciencia; ciencia ciudadana la llaman.
Cuando más disfruto de la observación de aves es durante esas raras ocasiones en las que pareces conseguir integrarte totalmente con el entorno, y la Naturaleza fluye a tu alrededor, las aves se comportan con naturalidad, como si no fueses más que parte del decorado, y tu estado de relax y de evasión de lo cotidiano es casi absoluto. Algunos lo comparan con el yoga… pero esto, la verdad sea dicha, es algo que se me escapa.
Existen motivos más mundanos para aficionarse a la observación de aves como puede ser realizar una actividad física al aire libre, dependiendo de la especie que queramos localizar, contactar con otros aficionados para organizar excursiones… o todo lo contrario; hacer las observaciones desde el mismo coche, sin bajarnos de él tan siquiera, y en la más absoluta soledad. Porque esta afición se adapta a tu personalidad como un guante. Sólo tienes que saber quién eres: El observador solitario, el que elige ir en bandadas, el que comparte sus avistamientos, el que se los guarda, el que presume, el desconfiado, el fotógrafo, el curioso, el viajero, el de su local patch, el envidioso, el generoso, el buscador de rarezas, el que tiene la lista más grande, el que tiene un blog, o el que, simplemente, disfruta con los ojos de un niño fascinado lo que la Naturaleza tiene a bien ofrecernos… que no es poco.
Artículo e imágenes: Ernesto Villodas, autor del blog No sin mis prismáticos